domingo, 20 de junio de 2010

La verdadera fábula de la cigarra y la hormiga



A menudo reflexiono sobre mi mala fortuna al haberme dado cuenta tan tarde de que los valores en que había sido educado eran los erróneos. Mis principios morales son los de los losers, los de la chusma explotada, sojuzgada, deprimida y reprimida. Los de la insignificante masa. ¿¿Por qué digo esto?? Por la observación del día a día. Cientos de ejemplos se presentan una y otra vez ante mis sentidos reforzando paulatinamente la idea de que el cuento que me vendieron no es más que una patraña. La fábula de la cigarra y la hormiga, paradigma de estos valores éticos, constituye un ejemplo inmejorable para ilustraros lo que pienso. Todos sabemos de qué trata esta popular historia con moraleja, sin embargo, a los que mueven los hilos del mundo les contaron otra versión. En esta versión alternativa, la que le cuentan a la “élite”, (no, no gana la cigarra, ¿¿tan previsible me creéis??) la hormiga sigue siendo ese personaje que vive en permanente estado de "escornamiento", trabajando de sol a sol para poder ganarse el pan y el cobijo. La cigarra, por otro lado, es ese personaje perezoso y despreocupado, esa fiestera empedernida a la que se la suda completamente el día de mañana. La que hipoteca su futuro por el carpe diem. En este caso, es decir en la realidad, la cigarra no muere de hambre y frío por la insolidaridad de la hormiga ya que el socialismo se asegura de proveerle la limosna necesaria para sobrevivir a cambio de su módico y fiel voto.

La historia que nos cuentan al populacho en realidad omite a un personaje, ese personaje es crucial ya que maneja los destinos de los otros dos. El afortunado no es ni más ni menos que el piojo, o si queréis la chinche, pulga o garrapata. La garrapata tiene en común con la cigarra su alergia al trabajo. Sin embargo, mientras que la cigarra, tonta de baba, no sabe qué coño quiere en la vida y se mueve en la dirección que le lleva la corriente, la garrapata tiene muy claras las ideas. Y es que, por puro instinto o gracias a un exhaustivo entrenamiento desarrollado en su contexto socio-familiar, la garrapata se caracteriza por poseer un sistema de supervivencia tremendamente efectivo. A saber: el parasitismo.

Aunque la podemos encontrar en cualquier ámbito de la vida, sus aptitudes están especialmente diseñadas para la actividad política (que es donde más puede uno rascar sin necesidad de ostentar otro talento que el innato o concienzudamente aprendido de lamer los culos apropiados). De este modo, la garrapata le chupa la sangre a la hormiga y con las sobras contenta a la cigarra que, agradecida por el regalo, le muestra total lealtad apoyando legislatura tras legislatura su permanencia en el poder. Mientras tanto, la hormiga, exhausta por su agotador día a día, busca evadirse en sus ratos libres y apenas repara (ni se molesta en reparar) en cómo los otros dos personajes se aprovechan ampliamente sin dar palo al agua de los frutos obtenidos con el sudor de su frente.

Si a mí me cuentan esto de pequeño habría elegido, invertido y luchado por ser garrapata que es la que parte, reparte y se lleva la mejor parte. En la puta vida habría empatizado con la hormiga, bien lo sabe Dios. Para que haya garrapatas primero debe haber hormigas, desde luego, pero, claro está, no habría elegido ser una de ellas. En fin, que si la ética del esfuerzo, que si el trabajo dignifica... amadas y desgraciadas congéneres hormigas, somos unas jodidas pringadas.