jueves, 11 de marzo de 2010

Diagnóstico: cáncer terminal





Transcurría el mes de febrero del 2002, el ex-jugador del Bayern Salihadmizic declaraba en la víspera del partido de vuelta de cuartos de final de la Champions en el Bernabeu que el Madrid tenía por costumbre cagarse en los pantalones. No podía estar más equivocado, el Madrid hizo pagar al Bayern semejante ofensa con una exhibición de garra, poderío y fútbol que significó la eliminación del equipo teutón. Entonces, el Madrid imponía respeto y el Bernabeu reverdecía la época del miedo escénico. Eran otros tiempos, en esa edición el Madrid ganó la Champions, la última hasta la fecha.

Era la transición entre la quinta del Ferrari (Mijatovic, Seedorf, Suker, Roberto Carlos, etc.) y la de los galácticos (Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham), el ciclo más exitoso de la historia reciente del Madrid gracias al equilibrio deportivo que se alcanzó en el club por la coincidencia de primeras figuras con experimentados jugadores de la casa y una sacrificada clase media. Este cóctel explosivo de talento, ambición, personalidad, veteranía, competitividad y rigor táctico tuvo como resultado un Madrid potente y dominador en Europa durante una etapa de 5-6 años.

Este proyecto se fue resquebrajando por la megalomanía de Florentino que, nada más llegar, sustituyó pieza por pieza la maquinaria perfectamente engrasada que recogió, provocando la pérdida de coherencia en la composición de la plantilla. El envoltorio era más bonito y a todos nos deslumbró desde el principio, sin embargo, en el interior, el engranaje dejó de funcionar poco a poco. En el periodo que va del 2000 al 2004 el Madrid inició un proceso en el que dejó de ser un club de fútbol para convertirse en una concentración de multinacionales del marketing. Florentino exterminó a la llamada clase media y construyó un equipo de figuras de videojuego que los "entrenadores-marioneta" (cuyo máximo exponente fue Carlos Queiroz) a duras penas podían encajar con calzador en el once inicial. Por el contrario, el banquillo quedaba poblado por un grupo de "jóvenes escasamente preparados" que de ningún modo podía sustituir con mínimas garantías al ramillete de vedettes envejecidas y saciadas de éxitos que maltrotaban por el terreno de juego. Al inicio del 2004 el mundo entero se maravillaba por semejante acumulación de estrellas en un solo equipo. Sin embargo, el sueño iba a durar poco…

Y el principio del fin (que se inició en la final de la copa del rey de ese mismo año en la que el Madrid cayó frente al Zaragoza) tuvo su culmen al llegar a los cuartos de final de la Champions con el Mónaco. El Madrid, tras un cómodo 4-2 en la ida y 0-1 en el descanso de la vuelta, sufrió el primero de los sucesivos "chorreos" que, hasta el día de hoy, han ido llegando en las eliminatorias de la máxima competición continental. Motivado por el “estamos fundidos” de Zidane a Giuly, el Mónaco hizo ver al mundo entero que no había porqué seguir teniendo respeto al pomposo Madrid galáctico que, en sus entresijos, era un equipo descaradamente frágil y vulnerable. El monstruo creado por Florentino había empezado a devorarse a sí mismo.

Y en lugar del respeto ajeno surgió el complejo propio. Un complejo que hoy, 6 años después, y tras infinitos cambios de cromos en todos los estamentos, sigue latente en el club. Todo aquel que ingresa queda automáticamente infectado como si de una epidemia se tratase. Da igual si cambiamos al entrenador o renovamos la plantilla entera, no importa la edad, experiencia o procedencia del jugador, ni siquiera es relevante si se trata de una figura venida de otro planeta como Cristiano Ronaldo. Todo el que pasa a formar parte del Madrid sufre el mismo cuadro clínico caracterizado por los siguientes síntomas cuando, cada año, llegan los octavos de la Champions: inseguridad, parálisis, bloqueo general, falta de confianza, ansiedad en grado sumo, pérdida de claridad de ideas, amnesia futbolística, cagómetro en niveles máximos y condición física lamentable. La realidad permanece oculta a lo largo de la temporada y sólo sale a la luz cuando el Madrid abandona la pobre y mediocre liga española para enfrentarse a equipos europeos súper preparados física, táctica y mentalmente. La imagen es, una y otra vez, lamentable, de caos e improvisación absoluta, de frustración e impotencia, de falta de un plan de actuación. En definitiva, de pérdida generalizada de papeles.

Todos los años pasa lo mismo: distintos protagonistas, idéntico guión. Creo que más le valdría a Florentino invertir el dinero en la investigación de una vacuna que acabase con el devastador mal que está asolando el prestigio de este centenario club en lugar de emprender más fichajes multimillonarios.

Y es que si el Madrid quiere volver a ser lo que algún día fue debe empezar desde cero, reconstruirse a sí mismo, hacer que, de nuevo, el fútbol vuelva a ser lo más importante dentro de este circo. Depurar la contaminación ambiental que le rodea, estirpar el cáncer mediático e institucional que arrasa sin piedad todos y cada uno de los proyectos que se llevan a cabo dentro del club. Ese caldo de cultivo de impaciencia y psicosis generalizada que desestabiliza al equipo cuando viene el más mínimo resultado negativo. La inmensa presión procedente de todos los agentes involucrados que no perdona el más mínimo error. El sensacionalismo, ventajismo y oportunismo de la prensa. La precaria condición de los entrenadores que permanentemente se encuentran en el ojo del huracán, sin crédito ni autoridad. La ausencia de un plan de trabajo riguroso, profesional e intenso y el, en ocasiones, dudoso compromiso de algunos jugadores, más pendientes de los flashes y su ego que de otra cosa.

Florentino, ya has puesto la pasta. Te queda el resto por hacer…