lunes, 13 de septiembre de 2010

Atrapados por el dilema



A estas alturas no creo que quede en este país nadie tan cerril como para no admitir las mil y una tropelías que cada uno de los dos partidos políticos mayoritarios (de cuyo nombre no quiero acordarme) llevan a cabo día tras día en cualquier punto de la geografía nacional. Sus instrumentos de propaganda (que algunos dan en llamar medios de comunicación) ya se encargan con ahínco de que la mayor cantidad de ponzoña producida por el enemigo quede bien oreadita a la vista del ciudadano de a pie.

Pues bien, dando por hecho que el ciudadano medio ostenta una inteligencia superior a la de una ameba (mucho suponer) lo cual le lleva a ser consciente de lo sinvergüenzas e incapaces (a partes iguales) que son nuestros políticos, ¿Por qué los resultados apenas varían de unas elecciones a otras?

Parece mentira, el único momento en el que podemos hacer uso de la democracia y para que poquito nos sirve. Pues bien, algunos dirán que se trata de un sencillo problema de ausencia de alternativas. Yo, sin embargo, creo que la verdadera razón es mucho más sencilla pero a la vez infinitamente más jodida de cambiar.

La respuesta se encuentra en el dilema del prisionero. Me explico, se trata de un problema fundamental de la teoría de los juegos en el que dos personas pueden no cooperar a pesar de que el resultado de la cooperación interese a ambas. Os resumo con el siguiente cuadrito:




Tenemos a dos presos interrogados por Grissom acusados de haber cometido un delito. Las posibles situaciones son las siguientes: si ninguno de los dos confiesa inculpando al otro les caerá un año de prisión. Si uno de los dos habla le cae la pena íntegra de 6 años al otro y si ambos se acusan se reparte la pena. Es decir, tres añitos para cada uno.

Mediante un equilibrio de Nash, usease, ante el canguelo de que el otro raje y le caiga todo el marrón a uno mismo, ambos dos acaban cantando pese a que lo óptimo sería que no lo hicieran.

Aplicado a nuestro caso, el votante más cercano a unas posiciones de derecha acabará siempre votando al PP a pesar de todas las barbaridades que pueda haber cometido en lugar de tomar la decisión óptima (no votarle y votar a otro partido). El individuo no le penalizará por temor a que el PSOE gane. Es decir, por temor a que el otro votante, el de izquierdas, vote al PSOE, el votante "de derechas" acabará votando al PP.

En el supuesto inverso sucederá lo mismo. Finalmente y a pesar de los pesares, es decir, a pesar de 4 años de pura burla al sistema (mal llamado) democrático por parte de ambos, los resultados apenas sufrirán una ligera variación que, a lo sumo, supondrá un traslado de poder de uno en favor del otro. Este hecho reforzará en ambas directivas la sensación de absoluta impunidad sobre sus actos y de divina inmunidad de sus representantes.

No es de extrañar pues que tomemos como algo cotidiano, como algo que forma parte de nuestras vidas los continuos abusos de poder de los caciques regionales, la demostrada incapacidad de los jefes de gobierno y sus equipos, el despilfarro generalizado del dinero que se expropia de nuestros bolsillos, la prostitución política frente a las autonomías, auténticas gobernantes estatales desde la minoría, la pasividad de la oposición, la corrupción extrema del principio de separación de poderes...y un largo etcétera.

Los escándalos más sonados apenas pueden suponer unas decenas de miles, cientos si acaso, de votos. Algo que debía suponer la lapidación y hundimiento inmediato de un partido se convierte en algo habitual. Damos por hecho que el poder envilece y acatamos servilmente la situación votando cada 4 años a los mismos cabrones.

Estamos atrapados por el bipartidismo, por la polarización de las Españas, por el dilema del prisionero. Ni Rosa ni los Ciutadans han conseguido hacer mella en esta tirana hegemonía. Me produce claustrofobia e impotencia, me desespera.

¿Quién se anima a formar un nuevo partido que acabe de una puta vez con esta mafia política?